viernes, 2 de octubre de 2015

Reflexión II - Sumatorio

La pequeña apisanadora penetró en mis venas,
olor a gasolina.

Una cosquilla incesante se inició en mi cuerpo,
programación predeterminada.

Al principio era placentera e indolora,
fluir imperceptible.

Dejaba un rasto de destrucción másiva,
de escala microscópica.

El daño era irreversible e inalterable,
sin cura posible.

Tres meses transcuyeron en silencio,
el primer pinchazo.

Se asemejaba a la picadura de un mosquito,
un autorreflejo.

Años ingnorando los sintomas,
el estallido.

Lo que vino solo fue un genocidio,
de escala infinitesimal.

Sucedido por un constante ataque de ansiedad,
y llantó.

La herida se desangraba imborrable,
sin tiempo.

Descarrilaba hacía el abismo mortal,
sin frenos.

Era el final perfectamente orquestado,
pero

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